Es evidente que hay un “Planeta Cristina”. Un mundo que transcurre la mayor parte del tiempo en ese jardín fantástico que tiene la Quinta de Olivos y cada vez menos en la Casa Rosada. En ese mundo no tiene lugar la autocrítica. Y el discurso de ayer en el Congreso, lamentablemente, respondió frase por frase al planeta Cristina.
Hay que reconocerle a la Presidenta que es buena oradora y sobre todo en su ámbito que fúe el Congreso. Ubica bien los verbos y utiliza una cadencia propia de alguien que ha pronunciado discursos durante buena parte de su vida. Pero ayer Cristina le habló más al pequeño mundo de los dirigentes políticos que a la sociedad.
Detalló largamente las cifras del año 2008, positivas en su mayoría, pero engañosas porque no informan sobre el impacto de la crisis global que sí se advierte en los números de los últimos meses.
El problema es que no habló una palabra de la inseguridad.
Tampoco explicó cómo resolverá la compleja ecuación entre aumento salarial y desempleo.
Ni se arriesgó a darnos la buena noticia de cómo le pondrá fin al conflicto con el campo.
Ayer prefirió centrarse en cuestiones personales.
Tuvo mensajes agrios para los díscolos peronistas Reutemann y Solá. Una crítica para Macri al hablar del conflicto docente. Un frío apretón de manos para el vice Julio Cobos y un pase de factura para el campo.
Pero las precisiones de la Presidenta para saber cómo intentará resolver los problemas verdaderos de la Argentina brillaron por su ausencia.
En su discurso de ayer, Cristina priorizó el pasado sobre el futuro. Sin advertir, tal vez, que la crisis de estos días se devora sin respirar al pasado. Y que sólo el modo de enfrentar el desafío del presente va a determinar el grado de esperanza que podemos esperar en el futuro.
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