En la Argentina, el absurdo puede llegar a límites insospechados:
sólo basta observar cómo día tras día se suceden hechos que escapan a toda lógica
Está claro que la renovación política es una utopía desde hace muchos años en la Argentina. Los mismos personajes harto conocidos se mueven por el escenario sin que importe demasiado qué rol ocupan, ni si están capacitados para llevarlos a cabo.
Cualquiera puede ser presidente o ministro. Los ciudadanos votamos a los emergentes del escándalo o del juego mediático. No hay valorización del tiempo, de allí que aquel que se tome un descanso y esté ajeno al devenir de los temas que se suponen son los esenciales para estar “informados” queda en desventaja por más que ese silencio haya servido para reflexionar, capacitarse y regresar un poco más sabio.
Nadie pretende demasiado.
Si hay pueblo fácil de conformar ese es el argentino: con garantizar una mediana estabilidad o no erigirse en el centro de la escena con alaridos y mal trato parece bastar. Al menos lo parece en estos días en que los modos de Néstor Kirchner han sido repudiados en las urnas por la mayoría.
Es cierto que, a juzgar por los acontecimientos que son de dominio público, nadie ha entendido demasiado qué se dijo o se quiso decir a través del sufragio. Ni siquiera quienes lo han emitido están actuando con plena conciencia de lo sucedido. De otra manera no se explica este desborde de paciencia que estamos presenciando frente a renovadas afrentas por parte de la dirigencia.
Si alguien hubiera hecho una lectura real del mensaje en las urnas, nada de lo acontecido en los últimos días hubiera sido noticia.
¿O habrá que aceptar que nos expresamos mal?
¿Cómo entender si no que Daniel Scioli surja, de repente, como un paladín de la negociación política o se le dé valía por una simple visita a la muestra del campo?
¿El mismo hombre que días atrás fuera rechazado por los votantes es, ahora, el emblema del cambio?
El absurdo puede llegar a extremos impensados, está claro. Que los medios se detengan a dilucidar por qué el gobernador bonaerense aparece en primer plano es una demostración de lo banal y circunstancial que resulta el reclamo ciudadano.
Al margen de ello, es necesario asumir que el oficialismo sigue haciendo y deshaciendo a sus anchas lo que queda de país, y sigue también manejando las marionetas que él mismo ha creado para matizar el decorado. Ha impuesto el “diálogo” como sofisma para dilatar respuestas a planteos que son harto conocidos en el Ejecutivo. El conflicto del sector agropecuario, las carencias que provocaron el mismo, etc., son materia repetida y no escapan al conocimiento de Cristina Fernández quien pretende, con poco éxito, sacarse el “Kirchner” de encima aunque más no sea en las letras de molde y negritas.
¿Qué novedades hay que llevarle?
La oferta de Scioli para ser el mensajero resulta fútil y hasta podría leerse como una nueva tomada de pelo.
En este trance, no hay dos días en la Argentina en que el tema de debate sea el mismo. El grado de distracción es magnánimo y coopera justamente a la estrategia oficial por hablar de agendas sin establecer ninguna a conciencia. Al día de la fecha, hay tantas agendas como intereses sectoriales dando vuelta. La trama en la que se nos ha enfrascado es de una dinámica macabra. Quién ayer era el protagonista de máxima, hoy se convierte en un actor secundario del que nadie habla y viceversa.
De esa forma, Guillermo Moreno que ocupara las portadas de los medios la semana pasada, le cedió el lugar a Hugo Moyano, y éste supo recular para que sea Daniel Scioli quién distrajera durante el fin de semana. Todo cómo si el problema de la Argentina estuviera en el elenco de la obra que hace años venimos presenciando, y no en su ejecutor, en quién ha desarrollado la puesta en escena y sigue moviendo los hilos detrás de ésta.
Resulta asombroso como los temas se dispersan.
El mentado llamado al “diálogo” comenzó siendo una convocatoria oficial a 100 partidos políticos con el sólo fin de acordar una reforma política que, de la noche a la mañana, salió de la galera oficialista como el asunto más urgente y trascendente de la Argentina.
Paradójicamente, además se trata de la misma reforma que años atrás, el kirchnerismo decidiera abortar. La ley de internas abiertas y simultáneas se sancionó en el año 2002. De haberse instrumentado posteriormente, el peronismo sólo hubiera tenido un candidato en el 2003, razón por la cual el ballottage habría sido librado entre Carlos Menem y Ricardo López Murphy, por ser los dos políticos que más votos obtuvieron en sus respectivos espacios y también en la elección general. Esto no sucedió por obra y gracia de Eduardo Duhalde que “pateó” para adelante la norma a fin de evitar que Menem lograra otra reelección. De toda esa maniobra, surgió ni más ni menos que Néstor Kirchner. En 2006, gracias a un proyecto del Frente para la Victoria, las internas abiertas y obligatorias quedaron finalmente de lado; el poder ya se había ganado.
No hace falta ningún sondeo de opinión pública para advertir que este tema, aunque sea central para un sistema democrático real, no es hoy prioridad para la ciudadanía.
El país atraviesa problemas de mayor envergadura que ameritan respuestas con urgencia. 17 millones de argentinos se hallan con sus necesidades básicas insatisfechas. En plena pandemia, la situación de la salud pública hace mella, el frío encuentra el doble de indigentes viviendo en las calles de la provincia de Buenos Aires, en el interior hay desnutrición infantil en grados impensados…
Ante esta realidad, hasta el INDEC es pura anécdota no más. Discutir cómo se miden las estadísticas y elevar tal discusión como leitmotiv de la convocatoria política es un cachetazo para quienes no pueden llegar a fin de mes con la mesa servida. Las provincias, a su vez, se hallan paralizadas por déficit presupuestarios que nadie explica demasiado.
En los municipios comienza a haber serios problemas a la hora de pagar sueldos, y los sectores productivos están mermando sin pausa en sus servicios. No faltan revueltas sociales aisladas ni amenazas de paros como la que plantean los productores lácteos.
Pese a todo ello, en lugar de respuestas concretas se sigue debatiendo la cuadratura del círculo, y la “agenda” que se oferta encuentra a Cristina Fernández de Kirchner recibiendo -cada tanto-, a algún político opositor o gobernador como si la foto de ocasión resolviese algo.
A este paso, y considerando la cantidad de dirigentes que hay en el país, las reuniones fotográficas acabarán con el calendario, y de ese modo será posible que el gobierno cumpla con todo su mandato.
Eso sí, los únicos no convocados al diálogo son apenas los ciudadanos.
En este contexto, no debe asombrar que quienes hasta ayer eran kirchneristas aparezcan como “aliados” opositores con virtuales soluciones que, en rigor de verdad, ni siquiera emanan de sí mismos sino de quién, por detrás, los envía disfrazados a cumplir un rol para el cual tampoco están preparados.
La presencia del gobernador bonaerense en la Rural fue más artificial que la nariz de Michel Jackson. Mientras se discutan esas nimiedades que no aportan un ápice y se siga dilatando el tiempo, averiguando si se va o se queda Guillermo Moreno, si Daniel Scioli operará para cumplir no con el pueblo sino con su ambición mirando al 2011, o se analice si Hugo Moyano se abraza con “los Gordos” en el sindicato; Néstor Kirchner tendrá el camino liberado para seguir dirigiendo la trama de una película cuyo final nos volverá a dejar paralizados e incluso con el peligro de quedar en manos de quien ya nos ha condenado. Al éxito sí, pero al suyo propio que es, paradójicamente, nuestro fracaso.
Fuente: Gabriela Pousa. Economía para todos
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