A mi padre Dr. Eduardo Cincotta (H)
“Vendrás al mundo quizás en pocos días, en una etapa del mismo realmente angustiante. Porque son muchas las promesas incumplidas; tantos fracasos de planes y proyectos; tan honda la frustración del ser humano; que por sobre la razón de las ideas se impone hoy la fuerza de la violencia. Palabra esta última que desearía que no conocieras.
La gran preocupación de tus padres radica en la necesidad de que comprendas que frente a este terrible mal, sólo será guía y luz en tu camino una trilogía que no debes olvidar jamás: Dios, Tu Patria y Tu Familia. Y a ella llegarás con fe en el primero, amor a la segunda y respeto a la última”.
Resulta éste un fragmento de una carta que mi padre me escribió el día 16 de julio de 1976, exactamente un mes antes de mi nacimiento.
Parece mentira que luego de 33 años estas palabras tengan tanta connotación y me entristece darme cuenta que pese al tiempo transcurrido no se hayan podido zanjar las diferencias que tanto dolor y muerte causaron.
Como hombre de leyes bregaste durante 34 años de ejercicio profesional el ejercer la abogacía libremente y lograr justicia, sin embargo cuando “esa justicia” debió ponerse de tu lado prefirió someterse a los condicionamientos políticos que nos hacen descreer cada día más en la “justicia de los hombres”. Por ello decidiste someterte a la “justicia divina”, Tribunal Superior al que todos nos enfrentaremos indefectiblemente al final de nuestros días.
Me dejaste el mejor legado que un padre puede dejarle a una hija: ser una persona de bien, amar la profesión de abogado y vivir sin odios ni rencores, porque estos últimos no sólo no pertenecen a mi generación ni a la de muchos que hoy enarbolan la bandera de los Derechos Humanos por conveniencia, sino que oscurecen el alma y no nos dejan respirar.
Pudiste durante tu paso por esta vida hacer honor a esa trilogía que me inculcaste: amaste a tu familia, honraste a tu patria y finalmente decidiste dejar este mundo para irte con tu Dios.
Me atrevo a hacer tuyas las palabras que escribió Amado Nervo en su poema “Ocaso” y culminar este breve homenaje con un fragmento que resume tu historia de vida: “Amé, fui amado, el sol acarició mi faz; vida nada me debes, vida estamos en paz”.
María Eugenia Cincotta
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