8/11/09

POLITICA - LOS INCORREGIBLES

LOS KIRCHNER NO DETIENEN SU ESCALADA

El control de la calle y el hostigamiento a la prensa. Dos de los objetivos políticos centrales del matrimonio en esta hora. La conflictividad social es una amenaza para esos planes. El ex presidente manda en el Gobierno y quiere retomar la conducción del PJ. La oposición vacila.

Autor: Eduardo Van Der Kooy

Néstor Kirchner no hace caso a ningún límite. ¿Pero existen esos límites? El peronismo se desplaza todavía como una manada y las voces disidentes parecieran perderse en un arenal. La oposición supone que diciembre, cuando cambien las mayorías del Congreso, trazará un antes y un después en la política de este tiempo. Pero ese antes y ese después podrían diluirse en un presente signado por excesivos cabildeos e impotencia.

El ex presidente anduvo la semana pasada negociando con piqueteros que enloquecieron la ciudad. Movilizó a su propia legión para no resignar una presencia callejera que resulta vital en su entender de la política. Pero rumió desesperación por otros conflictos que se le escapan de las manos, como el de los subterráneos. La agitación social también lo sorprendió en el 2003 cuando llegó al poder: pero entonces poseía para enfrentarla el ángel de la expectativa que ahora voló.

Kirchner ordenó a los ministros del gobierno de su esposa, Cristina Fernández, que guardaran silencio durante el bloqueo que Hugo Moyano hizo en las plantas distribuidoras de revistas y diarios, entre ellos Clarín y La Nación. Aquella orden, tal vez, no era necesaria: los ministros saben qué se oculta detrás de cada desborde y se comportan como discípulos fieles y obedientes.

El último desborde superó cualquier esfuerzo de tolerancia. El ex presidente está utilizando al sindicalismo de Moyano y a ciertas organizaciones piqueteras como fuerzas de choque. Obliga a la convivencia de los argentinos a desplazarse siempre sobre una cornisa. El desafío del gremio camionero, que impidió tres veces en la semana la normal salida de los diarios, no responde a un conflicto sindical: se trata de una acción política destinada a amenazar la libre expresión. Enfilada a apuntalar, además, el proyecto político del ex presidente. Ya no parece una exageración asimilar al chavismo con los Kirchner.

La Presidenta utilizó la semana pasada apenas una vez la cadena nacional para informar sobre la nueva confección de los DNI. Hizo además un anuncio sobre turismo social para jubilados, con fondos de la ANSeS, que apuntaría a colaborar con la desmadrada Aerolíneas Argentinas. Sólo orilló la realidad intranquila del país cuando acusó a los medios de comunicación de tratar con "obscenidad" el problema de la pobreza. Los problemas los tiene Cristina. La pobreza ha repuntado luego de seis años de reinado matrimonial con un notable crecimiento económico. Nunca insinuó una explicación sobre el fenómeno. Sigue demostrando además un desvelo casi patalógico con el periodismo.

Kirchner manda en ese país. Cristina pareciera gobernar otro universo, más parecido a Disneylandia. Esa discordancia permanente provoca extrañeza y curiosidad en el mundo. Genera en nuestra sociedad desconcierto e incertidumbre sobre el futuro.

Nadie sabe si la pareja presidencial advierte o no los contrastes. Políticos, empresarios y periodistas se interrogan si al ex presidente se le atrofió el buen olfato que supo tener para captar los malhumores populares. Hay cuestiones que saltan a la vista.

Un trabajo de opinión pública que circula en el Gobierno arroja, a propósito, resultados contundentes. Cristina posee más de un 68% de imagen negativa y su gestión es reprobada de plano por el 64%. Todos los ministros tienen también valoraciones desfavorables. La Presidenta, su esposo y Eduardo Duhalde son, de un largo listado de dirigentes, los que muestran peor ponderación. Salvarían la ropa, sin posibilidades de jactancia, Julio Cobos, Carlos Reutemann, Mauricio Macri y Francisco De Narváez.

Tampoco esa desoladora fotografía sería un freno para Kirchner. Sucederían dos cosas: o el ex presidente se siente capaz de torcer la tendencia con alguna hechicería o ha dejado de apreciar, definitivamente, el parecer de la gente. Ahora estaría dispuesto a retomar la conducción del peronismo que había declinado el 29 de junio, un día después de la derrota.

En esa oportunidad hizo una teatralización ladeado por Daniel Scioli y por Alberto Balestrini, el vicegobernador de Buenos Aires. La teatralización incluyó la televisación de su renuncia y el supuesto carácter indeclinable de la misma. Pero ningún dirigente del PJ vio jamás esa dimisión ni fue llamado a evaluarla. Fue sólo una cortina de humo para soportar el traspié. Otra humareda densa envuelve al supuesto operativo clamor para el regreso. El clamor nació del propio ex presidente. Levantó el teléfono y conversó con Balestrini. Scioli actuó como el portavoz.

¿Por qué razón la marcha atrás? ¿Por qué razón incinerar otro poco de su escasísimo crédito? A medida que más se distancia de la sociedad, el ex presidente se convence de la necesidad de refugiarse en el PJ como ilusión postrera para el proyecto del retorno. Una conjunción de factores obraron también como acicate.

Por un lado, la decisión de Duhalde de intentar rehacer en Buenos Aires una oposición peronista a Kirchner. Aunque hay muchas dudas sobre la factibilidad de la tarea del caudillo de Lomas de Zamora. Por otro lado, el doble fiasco del gobernador: Scioli no logró nada al comando del PJ y su administración provincial vive zarandeada por una tormenta.

Buenos Aires padece una profunda insuficiencia financiera que se refleja en la altísima conflictividad social. Maestros, médicos y empleados del Estado hacen huelgas. Para colmo, recrudecen episodios de inseguridad que no sólo enjuician su política del área: de nuevo siembran dudas sobre el comportamiento de la Policía bonaerense y la idoneidad judicial. Un Scioli acorralado revolvió en el pasado y endilgó culpas a Felipe Solá ya su ex ministro León Arslanián. Pero ese recurso olió inevitablemente a viejo.

Kirchner tiene mejores garantías en los intendentes bonaerenses, aunque tampoco en todos. Quizás el ex presidente encuentra en Moyano a uno de los pocos incondicionales para aquel menester.

La vuelta a la conducción del peronismo podría esconder otro propósito. La reforma electoral del Gobierno pareciera ofrecerle a Kirchner menos seguridades de las que indicó la ojeada inicial. El ex presidente se entusiasmó con la idea de impedir que cualquier candidato del PJ pudiera competir por afuera del partido, como ocurrió en el 2003. Pero cuando el proyecto aterrizó en el Congreso hubo impresiones distintas.

Habrá que ver, en principio, si aquella reforma electoral es aprobada. Y cómo. Pero la sola condición de abierta y obligatoria signifcaría un peligro para Kirchner. Cualquier desafiante interno podría concitar el interés del votante independiente y, como expresión pura de castigo, dejarlo al margen del último capítulo de la carrera presidencial.

Desde la cima del PJ el ex presidente podría urdir algunas trampas. Modificar, por caso, las condiciones legales y políticas de los competidores internos. Kirchner conoce como pocos lo que significa manejar los resortes del poder y disponer de la caja.
Los peronistas disidentes y la oposición presumen esa insaciabilidad del ex presidente. Quizás sea uno de los motivos por los cuales la reforma no termina de hacer pie en Diputados. Está también la queja de los partidos del centroizquierda que podrían extinguirse. En el segmento opositor existe una prioridad y un debate: cómo coordinar la acción para trazarle una raya a los Kirchner cuando entre en vigencia el Parlamento renovado.

Macri y Solá están hoy en tandem aunque el futuro podría encontrarlos divorciados. Aspiran a arrebatarle al kirchnerismo la presidencia en Diputados. A partir de ese mojón, dominar la integración de las futuras comisiones. El radicalismo y la Coalición preferirían menos vértigo: respetar la tradición de que la primera minoría –el kirchnerismo– conduzca la Cámara, pero defender la repartición proporcional de las comisiones en sintonía con la nueva realidad. El 63% de esas comisiones deberían corresponder a la oposición y el 37% al oficialismo. Con un añadido: todas las comisiones de control tendrían que estar en la esfera opositora.

Kirchner no sabe de concesiones. Agustín Rossi, el jefe de los diputados oficialistas, comenzó a resistir la avanzada opositora. Incluso, la posibilidad de que se armen comisiones investigadoras sobre la corrupción en el Gobierno.

Hay un gerente de la primera línea de un banco oficial que hace gestiones en la Justicia por la causa de enriquecimiento ilícito que afecta al matrimonio. Esas gestiones abarcan también a los secretarios de Cristina imputados por razones similares. Hay un ministro que pidió ayuda fuera del Gobierno porque ve obstaculizada su tarea y se siente espiado y perseguido.

El Gobierno anunció una asignación universal por hijo antes de saber cómo instrumentarla. Cristina pidió incluso una ayuda al Banco Mundial porque la plata no alcanza. Amado Boudou, el ministro de Economía, ensaya un acuerdo con el Club de París tratando de esquivar al FMI. El oficialismo en el Congreso progresa con la suspensión de la ley cerrojo para reabrir el canje de la deuda, pero el Gobierno no tiene definida su propuesta a los bonistas.

Demasiadas rarezas, excesiva improvisación para saber adónde irá la Argentina política que vendrá después de fin de año.

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