¿Por quién doblan las campanas?
Un intento de réplica al artículo titulado “¿El adiós a las armas?”, de Martín Caparrós.
Autor: Miguel A. Sarni
General de División (RE) e Ingeniero Militar
General de División (RE) e Ingeniero Militar
En la edición del 22 de este mes del diario Crítica, el respetado intelectual y periodista Martín Caparrós plantea la necesidad/posibilidad/ conveniencia de clausurar -por presuntamente innecesarias- las Fuerzas Armadas (FFAA) de la Argentina. Como en el tenis, a veces hay que agradecer al oponente cuando deja la pelota picando alta para un remate de "smash". De modo que es con esa intención que paso a contestarle a Caparrós, cuya honestidad o inteligencia no pongo en duda -por muy distinto que pensemos- aunque sí cuestione la información que maneja.
En lo central, Caparrós dice que habría que liquidar las FFAA porque en el mundo moderno, supuestamente regulado por alianzas y asociaciones de países al servicio de la paz, la Argentina ya no tiene hipótesis de conflicto con ningún país.
¿Además de escribir en los diarios, Caparrós los lee? Los pacificadores de este mundo no parecen estar haciendo bien sus deberes, porque la cantidad de guerras pequeñas pero infinitamente crueles que se pelean mientras escribo estas líneas es enorme. Mi contestación es que hoy (como ayer, como mañana) el desarme unilateral de la Argentina sería en sí mismo una hipótesis de conflicto, y peor aún, de conflicto perdido.
Si en un mundo sobrepoblado y desesperado por recursos naturales y energía renunciara a toda capacidad de autodefensa el octavo país del planeta, según su superficie (sí, nosotros), nación que es de paso dueña de algunos de los mejores ecosistemas agrícolas del mundo, que tiene un tremendo potencial inexplotado en energías alternativas (eólica, geotérmica, mareomotriz), república que además es también la sexta reserva metalífera de la Tierra y uno de sus mejores caladeros pesqueros... ¿Cuánto tardaría la Argentina en ser ocupada, o dividida o explotada sin opción alguna a resistencia por países mucho más poderosos, y que necesitan perentoriamente todos esos activos?
Pongamos la lupa sobre el pensamiento de Caparrós:
Qué se ve bajo la lupa
Dice Caparrós: “Nuestro ejército -desprestigiado, descuidado, justamente reducido, mal equipado- no sería capaz de combatir dos días seguidos contra Brasil, que acaba de comprarse 17.000 millones de dólares en aviones, helicópteros y submarinos nucleares, y ni siquiera contra Chile, que también acumula fierros a lo bobo. América Latina sigue llena de pobres, pero nuestros vecinos están derrochando fortunas: el gasto militar en la región se duplicó en los cinco últimos años. Lo cual nos deja dos opciones: o sumarnos de atrás a una carrera carísima que no podemos permitirnos y vamos a perder de cualquier modo, o hacer de necesidad virtud y declarar que no queremos ni precisamos un ejército, transformar la Argentina en un país desarmado -o relativamente desarmado- y decir que somos los más buenos y razonables y maravillosos. Y quizás, incluso, alguien nos crea. Nosotros mismos, por ejemplo”.
Yo lo pensaría bien antes de acusar a nuestros vecinos de ser totalmente insensatos. Tal vez hayan visto algo que nuestro país todavía no percibió. En mi humilde opinión, lo que vieron es el solemne entierro de la “Pax Americana”, ese breve lapso noventista en que, desaparecida la vieja Unión Soviética, la abrumadora superioridad económica, tecnológica, diplomática y militar de los Estados Unidos le parecía a más de un bobo un paraguas tendido sobre las Américas en su totalidad. ¿Quién se iba a meter con nosotros?
Hoy, con los Estados Unidos endeudándose cada vez más en gastos militares, enterrado en guerras lejanas y casi imposibles de ganar, el paraguas tiene demasiados agujeros. El mundo monopolar duró poco. Mientras tanto surgen las potencias del futuro, los países llamados BRICs, (Brasil, Rusia, India y China), fuertemente necesitadas de recursos primarios y de mercados para sus industrias. Si Chile y Brasil se están rearmando no es por una vocación o tradición militarista, sino porque saben que ya no hay paraguas -nunca lo hubo, en realidad- y que sigue en vigencia, como siempre, la vieja máxima romana “Si vis pacem, para bellum” (Si quieres la paz, prepárate para la guerra).
Y es una máxima sabia, además de milenaria, y se la puede leer para atrás: “Si no te preparas para la guerra, difícilmente tendrás paz”. En ese sentido, en la postura de Caparrós hay una ingenuidad angelical, difícil de creer en alguien con sus lecturas. ¿Tal vez terminó creyéndole a aquel otro intelectual estadounidense de derechas, tan en sus antípodas, Francis Fukuyama, aquel que pensaba que se había acabado la historia?
La historia no se acabó
Una revista de los últimos tiempos muestra que no abundan los ejemplos de países que se desarman y continúan siendo países. En el siglo XVIII, el Parlamento inglés debilitó muchísimo al Ejército metropolitano, deseoso de impedir que éste pudiera ponerse al servicio de una restitución del poder monárquico… pero para defender, de costas para afuera, a Inglaterra (y a su creciente imperio) construyó una Marina de Guerra como el mundo no la había visto jamás. Y siguieron dos siglos enteros de “Britannia, rule the waves”.
Mucho más cerca en la geografía, el tiempo y la cultura, a partir de los años ’60 la república de Costa Rica decidió resguardarse de la epidemia regional de golpes de estado aboliendo lisa y llanamente sus Fuerzas Armadas. Pero el experimento se hizo consensuadamente bajo el paraguas militar y diplomático de los Estados Unidos, y con toda la intención de mostrar un “showroom” impecable de país capitalista y democrático en Centroamérica, un modelo que se pudiera contraponer ventajosamente al naciente socialismo cubano, tan bajo paraguas soviético. Y aún así, Costa Rica se quedó con unas fuerzas policiales cuya capacidad de fuego equivalía, más o menos, a las de su licenciado ejército.
Dice Caparrós en su interesante artículo: “El presupuesto nacional de este año prevé gastar 5.900 millones de pesos, un 2.5 por ciento del total, en las Fuerzas Armadas. Esos 5.900 millones son más que los 5.000 que se dedican a la asistencia social, por ejemplo -que podría entonces duplicarse. O son un 66 por ciento del presupuesto de salud, que podría crecer en dos tercios, o el equivalente de 120 hospitales buenos nuevos. O un tercio más que el presupuesto de ciencia y técnica; un área que, si recibiera esa inyección, podría ayudar a intentar un país que dejara de ser el sojero de los chanchos chinos”.
Pero este importante pensador pasa por alto que para tomar decisiones de presupuesto, e invertir en asistencia social, salud, educación o ciencia y tecnología y dejar de ser una maceta sojera, hay que ser un país soberano. A un protectorado, o a un país amenazado de invasión, el libreto acerca de qué exportar, o cómo gastar en los mencionados rubros le viene escrito desde afuera. Y ya no necesariamente en inglés.
Dice también Caparrós: “La última vez -una de las muy pocas- que el ejército sanmartiniano peleó contra extranjeros fue en 1982, Islas Malvinas, y ya todos sabemos cómo fue: la tontería soberbia de pensar que una banda de inútiles mal preparados y peor equipados podía abollar siquiera la carrocería de uno de los ejércitos potentes de este mundo. Fuera de eso llevamos, grasiadió, más de cien años sin una pinche guerra externa”.
Coincido con el periodista en que “grasiadió”, estamos en paz. Puedo coincidir incluso en que fuimos a la Guerra de Malvinas mal preparados, aunque creo que no éramos inútiles ni estábamos tan mal equipados. Y en cuanto a que no pudimos abollar siquiera la carrocería de uno de los ejércitos potentes de este mundo, eso lo desmienten los propios militares ingleses, que admiten que con tantos barcos hundidos por la Fuerza Aérea Argentina y por la Aviación Naval, la capacidad de hacer desembarcar y abastecer a las fuerzas británicas de tierra estuvo al borde del colapso. Para más datos, Inglaterra salió de su triunfo en Malvinas -conflicto de un par de meses y medio de duración- con más bajas humanas que las que acumula a fecha de hoy en su ocupación de Afganistán o de Irak, y con pérdidas de equipamiento infernalmente mayores, como no las conoció desde la Segunda Guerra Mundial.
El desarme unilateral por el que predica Caparrós no sólo transformaría en amenazas a nuestros mismísimos aliados naturales, los países próximos y amigos, sino incluso, y tal vez fundamentalmente, a los gigantes lejanos y desvinculados.
Como nación indefensa, en el mundo actual hoy duraríamos lo que un caramelo en la puerta de un colegio primario. Caparrós asume el rol de un médico que recomienda andar por la vida sin sistema inmune, ya que éste -sin duda- consume recursos y energía que uno podría emplear, por ejemplo, en ser más alto o más rápido o inteligente. Pero desde que existe el sida ya sabemos qué le pasa a una persona sin sistema inmune, ¿o no? Con los países, es igual.
Una cualidad indiscutida de Caparrós es, sin duda, su capacidad de captar y sintetizar con buen estilo y una fuerte dosis de audacia "lo que está en el aire", lo que muchos piensan -certera o erróneamente- sin atreverse a decirlo. En ese sentido creo que son muchos los dirigentes políticos y económicos de nuestro país que, más por omisión que acción, están poniendo desde hace dos décadas en franca práctica el desarme unilateral de la Argentina. Y hablo de un desarme por la lenta y perniciosa pérdida de capacidad operativa de sus FFAA.
Estamos metidos en un experimento sin antecedentes históricos, una situación increíblemente riesgosa, en la cual la Argentina puede perder territorio, recursos e incluso su frágil capacidad de autodeterminación. En ese caso, y con el mismo guiño a Ernest Hemingway de Caparrós, la breve novela de nuestra historia independiente ya no se llamará “El adiós a las armas”. Se llamará “Por quién doblan las campanas”.
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