EN LAS FAUCES DEL PERONISMO
Tal y como lo viniéramos adelantando desde hace unos años atrás, parece indudable que la Argentina se encamina a un proceso electoral análogo al que viviera en 2003, año en el cual cuatro candidatos de un mismo partido (el justicialista) compitieran a nivel nacional para disputar la Presidencia de la Nación.
En aquel momento, la parodia fue orquestada por el entonces presidenteEduardo Duhalde, con el clarísimo propósito de evitar elecciones internas en el seno de su propio partido, en las que daba por descontado triunfaría Carlos Menem, su otrora mentor, con el que, a dicha fecha, se encontraba visiblemente enfrentado.
Producto de tales tejes y manejes internos fue el matrimonio Kirchner, los peores presidentes argentinos después de Perón, Isabel y Alfonsín (en ese orden).
La crisis terminal que agobia a la Argentina desde el gobierno del matrimonio real, hace previsible un abrupto y próximo final de la despótica pareja previo a la fecha oficial prevista para el recambio presidencial, razón por la cual, ya se barajan los nombres de los futuros candidatos, que tal como venimos anticipando, vuelven a ser todos ellos pertenecientes a un mismo partido.
En efecto, los nombres de Carlos Reutemann, Francisco De Narváez y hasta del mismo Duhalde se proyectan como los de mayores posibilidades. Incluso hasta Carlos Menem perfila postularse en la contienda.
Todos ellos, como se dijo, tienen un común denominador: pertenecen, o dicen adherir, a los postulados del peronismo.
Podría, quizás, objetarse que otro de los candidatos, también con grandes posibilidades de alzarse con la Presidencia de la Nación, el mendocino –y vicepresidente de la república- Julio C. Cobos, no proviene de las mismas, pero estimo que esta es una cuestión meramente formal y no de fondo, porque tal objeción pasa enteramente por alto que Cobos aceptó formar parte de un gobierno justicialista, lo que permite inferir que -internamente- comulga con sus postulados, o bien, los utiliza para su propio provecho, cuestión que -a los efectos prácticos- es indiferente, ya que el resto de los candidatos mencionados se comportó y se comporta de un modo idéntico, creando o deshaciendo alianzas, integrándolas o desintegrándolas, lo cual lo han hecho (y deshecho) al compás de sus propios intereses y en diferentes etapas del momento político argentino.
Y si además se tiene presente que todos ellos constituyeron equipos de gobierno conjuntos en el pasado, si bien en distintos cargos y desde diferentes posiciones, diluye entre ellos cualquier diferencia que no sea la de sus particularidades características personales, aun cuando sean estas últimas las que el elector argentino suele tener en cuenta a la hora de votar por uno o por otro.
Varias veces me he referido a la hegemonía del poder peronista como una suerte de priismo (comparándolo -salvando las distancias- con el fenómeno del PRI mexicano, partido político que monopolizó el gobierno de México durante siete décadas) y hacia allí parece digerirse el fenómeno, mas si se tiene en cuenta que, salvo breves interregnos menores, el peronismo es el que ha gobernado el país desde 1945 en adelante.
El peronismo es un populismo, y una de las características de este es la ausencia de una ideología definida, lo que en el caso argentino ha sido una constante en el peronismo, cuyos orígenes fueron claramente fascistas (en los dos primeros gobiernos de Juan D. Perón) mutando en los sucesivos gobiernos y gobernantes de este partido en variantes un poco más moderadas de su fascismo original, pero respetando otra de las particularidades del populismo : la obediencia al líder de turno, que el peronismo ha demostrado que, cuando no existe hay que fabricarlo como y de donde sea (tales los casos de Menem, Duhalde y Kirchner en ese mismo orden) y que explica, al mismo tiempo, la ausencia de un programa de gobierno, el que en un populismo como el peronista se torna innecesario, ya que el programa de gobierno será el que dicte el líder al momento de asumir el poder.
Si bien se advierte, así se ha dado en todos los casos mencionados antes, con absoluta independencia de las diferentes políticas implementadas en cada caso.
De todo lo cual se deriva que, si en un futuro cercano el próximo presidente también provendrá de las filas del peronismo, como todo así lo augura, no es pues, de esperarse que las cosas sean sustancialmente diferentes a lo que lo fueron con los anteriores regímenes del mismo partido o movimiento; como los peronistas gustan llamarse a sí mismos, sin definirse jamás con claridad.
Los argentinos tendrán versiones más moderadas (o light) o menos moderadas, mas inclinadas a la izquierda, al centro o a la derecha de toda una misma cosa: peronismo, y a la luz de los resultados habidos durante los anteriores y presentes gobiernos peronistas no puede decirse seriamente que las perspectivas sean halagadoras desde lo económico y político, es decir, desde lo social.
Ahora bien, desde un punto de vista, si se quiere, sociológico, hay que decir que si el peronismo gobierna en la Argentina -con breves interregnos- desde hace ya varias décadas, ello es así porque representa, mal que les pese a algunos o a la mayoría, a esa misma mayoría. Y como he dicho tantas otras veces, ello ocurre por acción o por omisión (a la luz de los resultados electorales desde 2003 hacia aquí, deviene más que claro que lo ha sido por omisión, más que por acción).
Por ello, he insistido que la Argentina es inviable como sociedad política, sin que antes se opere un profundo cambio o recambio de orden cultural que sea lo suficientemente extenso como para abarcar a todos los sectores sociales, o sea, es algo que excede claramente lo meramente político.Y esto no será ni puede ser jamás fruto de uno, dos, tres o muchos hombres providenciales; ni líderes carismáticos, como siempre esperan los argentinos.
Autor: Gabriel Boragina
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