15/1/10

POLITICA - LOS DESATINOS INSTITUCIONALES


Los graves sucesos institucionales que están aconteciendo en la Argentina, con delicadas implicancias internacionales como es el caso de los embargos por la deuda externa impaga, me traen a la memoria recurrentes diálogos entablados durante décadas con amigos y conocidos peronistas. Cuando en ellos yo destacaba la vital importancia que tiene para un país el cumplir con las normas y las leyes, la respuesta era siempre la misma: se trataba de formalidades que carecían del nivel de importancia que yo le daba, porque lo verdaderamente importante era cumplir con el objetivo socio económico propuesto.

En la cultura peronista, las instituciones tienen sentido de existencia siempre y cuando no sean un impedimento para el rápido logro del objetivo deseado. Esta creencia quedó incorporada desde que su creador, Juan Domingo Perón, utilizó el apoyo electoral recibido para intentar dominar las instituciones que competían con su poder.



Todavía hoy, sesenta años después, nos quedamos atónitos cuando escuchamos decir a un ministro de la nación, Aníbal Fernández, que la autonomía del Banco Central de la República Argentina no tiene sentido porque su presidente no fue votado por el pueblo. Con este concepto, este ministro nos está diciendo también que no tendría sentido la existencia de la autonomía e independencia del Poder Judicial, ya que los jueces tampoco fueron elegidos por la población. Por lo tanto, si nos guiáramos por las opiniones de Fernández, la república no tendría sentido práctico. Según su manual, habría que votar a un presidente y el que gana no estaría obligado a cumplimentar las normas que regulan el comportamiento entre el Ejecutivo y los demás poderes del Estado. Monarquía difrazada de democracia electoralista.



EL SENTIDO DE EXISTENCIA DE UN ESTADO



Los más antiguos poblados descubiertos por los arquéologos mostraron que el ser humano decidió construir un Estado sobre dos pilares principales: la seguridad y el comercio. Se juntaban, conformaban normas de convivencia y elegían a las autoridades que estaban obligadas a hacerlas cumplir. Con el transcurso de los siglos, estas normas evolucionaron y conformaron constituciones, leyes y reglamentaciones. Cuando éstas no se cumplen, la existencia misma del Estado deja de tener sentido.



Una de las principales circunstancias que generaron el proceso degradatorio de la Argentina fue, justamente, que los gobernantes de turno, y la mayoría de población, incumplieron con esa regla básica: respetar y hacer cumplir las normas. Esta constante transgresión se evidencia con el incumplido primer artículo de su constitución: “La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa republicana federal, según lo establece la presente constitución”. De este mandato constitucional, los argentinos cumplen -y sólo en parte- con la forma de la democracia representativa. Lo hace a través de los actos electorales. Luego de ellos, los vencedores sólo simulan acatar las formas republicanas y federales, o peor aún, interpretan esas formas a su gusto y conveniencia personal. A tal extremo llega este exceso interpretativo que cuando escuchamos a algunos ministros del actual gobierno argentino opinar sobre la democracia y la república, da la impresión de que nunca estudiaron educación cívica.


DEMOCRACIA Y REPÚBLICA



Según el conocimiento popular latinoamericano, democracia y república se visualizan como conceptos idénticos. Pero según definiciones modernas, la democracia (del griego, demos por pueblo y kratein por gobernar) es una doctrina política que promueve la intervención del pueblo en el gobierno político a través de su mayoría. En cambio, la república (del latín res-pública por la cosa pública), refiere a la forma de organizar en diferentes sectores autónomos el poder público.
Mientras que la primera república se estableció en Roma con el Imperio, la democracia hizo su aparición histórica en la Antigua Grecia bajo la definición de que la administración de un gobierno podía ser ejercida por una minoría pero para beneficio de la mayoría. Como vemos, la democracia griega no era republicana, así como la república romana finalmente no fue democrática. Una cosa no significaba automáticamente la otra.



El cambio trascendental se produjo en 1787, cuando la Constitución norteamericana dio un giro a las definiciones de democracia y república.



Con respecto a la democracia, adhiere al concepto del griego Pericles (495-429 a.C.): “un gobierno democrático recibe su nombre en razón de que no depende de unos pocos, sino de la mayoría”; pero incorpora la original idea de que el pueblo gobierna a través de representantes de la mayoría y de las minorías, elegidos en forma proporcional a través de un sufragio.



En relación a la tradición republicana, la Constitución norteamericana adhiere a la idea aristotélica de gobernar para beneficio de las mayorías pero amplía su concepto incorporando los derechos que tienen las minorías a controlar a la mayoría gobernante. Propugna una república en la que los distintos intereses se supervisasen y controlasen entre sí. Con esto, se distancia de Aristóteles, cuya hipótesis se apoyaba sobre la administración de los bienes públicos en manos de una clase media predominante sin participación de las otras clases sociales. El establecimiento de los Estados Unidos de Norte América como una democracia republicana y federal, con un sistema integrado por tres poderes coordinados pero independientes, sentó un precedente que sería imitado por la mayoría de los países, Argentina entre ellos.



LA SUMA DE LOS PODERES PÚBLICOS



“La democracia se mide no por las cosas extraordinarias que hacen sus líderes, sino por las cosas ordinarias que sus ciudadanos hacen extraordinariamente bien.” John W. Gardner (1912-2002) Ex Secretario de Salud, Educación y Bienestar Social de los EEUU. Escritor, recibió en 1964 la Medalla Presidencial a la Libertad.



¿Cómo se pueden calificar a aquellos gobernantes que habiendo sido elegidos por una mayoría popular gobiernan con absoluta prescindencia de la opinión y control de las minorías, como es el caso del matrimonio Kirchner? ¿Son demócratas o dictadores? Para algunos, son demócratas porque son los representantes legales de una población, por tanto, sus acciones de gobierno están consolidadas por el respaldo que les da el resultado electoral. Para otros, son dictadores de facto detrás de un escaparate democrático. En realidad, parecería que son ambas cosas al mismo tiempo.



Este problema se hizo presente en la casi totalidad de las naciones latinoamericanas, desde el cono sur con la experiencia peronista argentina hasta el norte, con las sucesivas décadas de gobiernos del aprismo mexicano, en los cuales el apoyo popular y la validez democrática fueron utilizados para hacer trizas al sistema republicano, no respetando ni a las minorías ni a las instituciones.



El modo operativo es el siguiente: un Poder Ejecutivo (el presidente de la nación o el gobernador de una provincia o un estado), con un fuerte aparato político y/o económico que lo sostiene, domina al Poder Legislativo a través de una mayoría parlamentaria obsecuente y también logra controlar al Poder Judicial por medio de la facultad que tienen las cámaras legislativas de poder elegir a los jueces o destituirlos mediante juicios políticos. De esta manera, se obtiene, en la práctica, la suma de los poderes públicos, aunque, formalmente, todo suceda bajo la pantalla de la democracia. A esta concentración de la fuerza pública, se le agrega la persecución política y extorsión económica a los medios de comunicación, empresarios, obreros, o cualquier otro sector de la sociedad que atine a contradecirlo o apoyar a las minorías opositoras.



Como si esto fuera poco, en la Argentina, la mayoría de sus gobernantes -incluidos los Kirchner- intentan, y en general lo logran, modificar las constituciones (en especial las de las provincias) para permitir sucesivas reelecciones y así mantenerse el mayor tiempo posible en el poder.


En este punto, es apropiado traer a colación ese antiguo refrán que dice “la culpa no es del chancho sino de quien le da de comer”. Es que, analizando las constantes encuestas que se realizan en el país, es evidente que, para gran parte de su población, no tiene demasiada importancia el hecho de que el gobierno respete o no a las instituciones republicanas. Siempre preocupados por la falta de dinero, la desocupación, la miseria, la seguridad, la corrupción y otros males endémicos, la gente no relaciona el estado republicano con el desarrollo socio-económico del país, por lo que, para esa fracción del pueblo, la agresión por parte del gobernante ejecutivo de turno hacia las instituciones y otros sectores sociales, son sólo una formalidad sin mayor relevancia y no resulta ser un motivo valedero para quitarle el apoyo electoral.



Este desinterés por la forma republicana de gobierno es uno de los más graves errores éticos y económicos en que incurren las naciones subdesarrolladas pues, los países desarrollados mejoraron su calidad de vida y promovieron una evolución económica gracias al respaldo que sus pueblos proporcionaron al funcionamiento adecuado e independiente de sus instituciones republicanas.



En los Estados Unidos y en Australia, estas dos tradiciones diferentes, la democrática y la republicana, han convivido en concordancia, en especial durante el Siglo XX. Éste acontecimiento permitió un funcionamiento previsible de los distintos poderes del Estado. Con ello, los “fusibles” administrativos se activaron adecuadamente ante los errores de los gobiernos, las leyes o sus aplicaciones no se modificaron de acuerdo al capricho o interés del poder ejecutivo, y el pueblo accedió a su seguro social, de salud, empleo y demás asistencias, gracias a sus instituciones y sin depender de un gobernante convertido en “mesías salvador”.

EL PERONISMO



“La codicia de poderes es la más flagrante de todas las pasiones” Tácito Cayo Cornelio (55-120 D.C). Uno de los más grandes historidores romanos.


En la Argentina, por el contrario, ha sido muy común la búsqueda de líderes fuertes a los cuales se les atribuye la capacidad de “sacar adelante al país”. Cada vez que en la Argentina apareció un conductor de estas características éste no sólo no fue garantía de desarrollo sino que se convirtió, al mismo tiempo, en “salvador y carcelero” al generar la inevitable dependencia que deriva del hecho de que el poder de los líderes no se transfiere, no pudiendo generarse, entonces, la independencia necesaria para un desarrollo sustentable basado en las instituciones que, inevitablemente deben trascender a los líderes.



Durante cuarenta años de los últimos sesenta y cinco transcurridos, la Argentina ha sido gobernada por el peronismo que está implantado en el centro mismo de la emotividad popular. Es un movimiento político que no nos dice nada acerca de su ideología. “Un peronista podría ser un nazi, un fascista, una especie de marxista, un demócrata, un totalitario, un reaccionario, un progresista, un neoliberal, un estatista o cualquier combinación concebible de dichas alternativas” (1). Por ello, siempre fue capaz de engendrar personajes tan diversos como el mismo Perón (su impulsor), Evita, Ítalo Luder, Isabel Martinez de Perón, López Rega, Rucci, Vandor, Cámpora, Menem, Juarez, Hugo Moyano, Rodríguez Saa, Duhalde y Kirchner, entre muchos otros.



Pero a pesar de su enorme incidencia en la involución del país, gran parte de la gente sigue apoyando a este movimiento de manera sistemática y desde el sentimiento, la identificación social o los intereses económicos, no reconociendo ni aceptando su parte de responsabilidad histórica en el retroceso económico e institucional de la nación. Es este mismo movimiento el que ha expresado una y otra vez, a través de sus representantes, que la corrupción, el autoritarismo, la carencia del respeto por las minorías y las instituciones republicanas independientes son “males menores” en el camino que conduce a cumplir con el “destino de grandeza que el mundo le reserva a la Argentina”. No está de más aclarar que si a la población que representa al movimiento político mayoritario de un país no le interesa especialmente cumplir con las “formalidades” republicanas, en esa nación no funcionará correctamente el concepto de la división de poderes públicos ni se cumplirán imparcialmente las leyes que reglamentan la vida social y comercial de sus pobladores.



Para muchos, es claro que la democracia es, a la fecha, el sistema más equitativo pues es lógico que deban gobernar los más votados, pero es la forma republicana la que le da el sentido de justicia y posibilita el desarrollo socio-económico de un país. Sin el ejercicio pleno de los preceptos que emanan de la república, la democracia se convierte, principalmente, en una forma política en la cual los pueblos votan a sus gobernantes entre una pluralidad de posibilidades ideológicas. Esto hace que no se puedan trasladar los valores del modelo democrático a una convivencia social y que las poblaciones de la mayoría de las naciones latinoamericanas transiten, en la actualidad, un sistema de democracia principalmente electoralista.



Sería bueno recordar, a título de ejemplo, que los regímenes conducidos por Hitler y Mussolini fueron votados por la gran mayoría de su población. Esto nos indica que sin la república, la democracia puede llegar a ser sólo una cosa de número, “y el número, ya lo sabemos, es indistintamente liberal, conservador, radical, peronista, fascista o comunista” (2).


DESDE ADENTRO


“No es perezoso únicamente el que nada hace, sino también el que podría hacer algo mejor de lo que hace” Sócrates (A.C. 469-399) Filósofo griego, maestro de Platón.



Cuando las estructuras de un grupo político, social o religioso están corrompidas o distorsionadas, la mejor solución debe nacer dentro del mismo grupo. Sólo desde allí el peronismo puede depurarse y reconvertirse en un partido político que respete lo representativo, republicano y federal. Espantados por las consecuencias políticas que están ocasionando los horrores económicos y los desbordes agresivos del matrimonio Kirchner -en voz baja los peronistas creen que perderán las elecciones presidenciales del año que viene- pueda ser que se produzca un proceso revisionista de sus pautas políticas. Quizás se trate de una oportunidad inmejorable para mostrar a la población argentina que pueden ser capaces de transformar al justicialismo en una organización política popular pero alejada del populismo autoritario.


Autor: Enrico Udenio




(1) : Fuente: James Neilson, Noticias, Octubre 2006


(2): Fuente: Vicente Mazzot, Diario La Nacion, Octubre 2006

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