Nacionalismo, pecado o virtud
Los argentinos padecemos de un adelgazado orgullo nacional, un frágil sentimiento patriótico. Lejos de ser banal, ésta es una de las razones de nuestra postergación.
Los motivos son muchos; uno, es que siempre imperó la idea de que nuestro progreso residía en mimetizarnos con los países poderosos.
El nacionalismo es hoy una convicción y un sentimiento a contrapelo de la tendencia a subrogar el amor a la patria por el espejismo de ser "ciudadanos del mundo", sobornados por la transmisión en tiempo real de la informática y la TV.
De eso trata la globalización que nos ha tomado sin puntos fijos donde afirmarnos, a diferencia de lo que sucede en Brasil o en México, donde el compromiso de los ciudadanos con sus tradiciones protegió de ser arrasados.
Debe hablarse entonces de "glocalización", lo global interrelacionado con lo local.
En nuestra Argentina, confesarse nacionalista suele requerir aclaraciones: "nacionalista pero sin zeta", "nacionalista pero no de derechas".
Es previsible que, ante la mención de esa palabra en nuestro interlocutor, se dispare un mecanismo de cuestionamiento, porque ha quedado asociada a gobiernos autoritarios, que han utilizado una supuesta "defensa de lo nacional" para justificar su barbarie. Y lo del "ser nacional" ha servido para censurar, torturar, matar. Tampoco tiene prestigio la palabra "patria", caída en desuso por parte de nuestros políticos y funcionarios.
Otra razón es que las ideologías dominantes en nuestro planeta, el capitalismo y el marxismo, son internacionalistas, es decir, suponen ser aplicables en cualquier país del mundo con algunos ajustes.
El nacionalismo es un obstáculo a eliminar, como lo demuestra el que un movimiento de esencia nacional como el peronismo ha impedido que nuestros sindicatos respondan, como en la mayoría de las naciones, a alguna de las derivaciones del marxismo.
¿Qué es ser nacionalista?
Amar a su patria. En sentimiento, en pensamiento pero sobre todo en acción.
Amar sus paisajes, su gente, su cultura, sus posibilidades.
Empeñarse en hacerla mejor, en comprometerse en aportar el granito de arena que le corresponde y hacerlo con alegría.
Ello no implica despreciar lo exterior, eso sería chauvinismo, una patología del nacionalismo que ha desencadenado guerras y genocidios, aunque debajo de esos pretextos siempre se esconden motivos económicos.
El buen nacionalismo no presupone ser mejor que otros, tampoco cree que su verdad deba ser impuesta a otros. Sabe que en lo ajeno hay aspectos positivos que deben ser incorporados para mezclarlos con lo propio y mejorarlo.
El nacionalista sabe que tiene responsabilidades hacia su patria.
Es un patriota, es decir, etimológicamente, pertenece "a la tierra del padre". Y los compatriotas son "hijos de un mismo padre", es decir, hermanos. Por ello, un buen espíritu nacional compele a la intolerancia hacia la precariedad en el acceso a la salud, la educación, la cultura de tantos hermanos sumergidos en la pobreza, de la que es principal culpable la devastadora corrupción que desde hace mucho tiempo corroe nuestras posibilidades como país, como sociedad y como individuos, potenciada por la grave falta de compromiso de algunos "hijos" con su patria.
¿Es imaginable una deuda externa como la que nos estrangula de no ser porque quienes la contrajeron estaban más atentos a sus intereses que a los patrióticos?
Es una prueba del desamor hacia lo que debería ser amado.
La desatención hacia nuestros símbolos, banderas ausentes en las ventanas en días patrios e himnos cantados con desgano y pudor, han hecho que la camiseta del seleccionado nacional de fútbol se constituyera en el mayor referente de un sentimiento colectivo ligado a lo nacional.
A esto hay que agregar la ligereza con que, con la justificable intención de potenciar el turismo, se cambian las fechas de los feriados que celebran hechos históricos sin que haya empeño en explicar su significado.
Tenemos en nuestra historia personalidades y circunstancias admirables cuyo conocimiento y exaltación deberían servir como modelos de identificación para vigorizar el orgullo nacional, que nos haría sentir partícipes de un proyecto con tradiciones, valores, cultura y afectos compartidos.
Se es nacionalista cuando cotidianamente se cuida ese hogar simbólico que es la patria comenzando por uno mismo, esforzándose en ser honesto y solidario, implacable en la denuncia de la corrupción y de la ineficiencia; infundiendo en nuestros hijos con la prédica y, sobre todo con el ejemplo, el valor del estudio y del esfuerzo.
Ser nacionalista y patriota es valorizar a U2 y a Madonna, pero también a Astor y a Atahualpa; apreciar el cine de Scorsese y los hermanos Taviani, pero también el de Lucrecia Martel y Leonardo Favio; imaginar un destino más patriótico para el dinero que una cuenta en Suiza; no apreciar el tango porque gusta en Europa sino por sus valores superlativos; estudiar a los sociólogos franceses, pero también a Jauretche y a Scalabrini; no admirar a Borges porque eligió ser enterrado en Ginebra sino por su genialidad impregnada de porteñismo; enorgullecerse de llevar adelante una empresa nacional; rescatar a grandes escritores como Marechal, Gálvez y Castellani, que por nacionalistas y católicos fueron expulsados del Parnaso literario argentino; preocuparse en poner los conocimientos adquiridos en alguna forzada emigración al servicio de nuestro país; insistir en que Buenos Aires poco o nada se parece a París sino a sí misma.
En última instancia, ser nacionalista y patriota es enfurecerse porque nuestra Argentina no es lo que debería ser, hacernos cargo de nuestra propia culpa en ello y no autoindultarse echándosela a los demás, comprometernos en la política, en la acción gremial, en la acción solidaria para desalojar aquello que nos enferma como sociedad; hacer un buen uso de los recursos de la democracia pasando de la pasividad quejosa a la acción positiva y, cuando sea necesario, echar mano a nuestro coraje.
Es un buen ejercicio en cada situación que agreda nuestro orgullo patriótico, desde la más nimia a la más flagrante, imaginar qué es lo que pensaría y haría el prócer que más admiremos, sea San Martín, Belgrano, Dorrego, Rosas, Mitre o Roca, y actuemos como él. Porque ellos fueron seres humanos comunes, como todos nosotros, a quienes su pasión nacionalista, el amor por su patria, los llevó a acometer acciones extraordinarias.
Autor: Pacho O´Donnell
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/
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