20/12/09

ARGENTINA Y LA CULTURA BIZARRA

El Pinocho, La Anaconda y La Chechona:
La televisión Argentina y sus miembros.

En el marco de una televisión característica y groseramente “border”, pululan personajes de todo tipo.

Desde las lumpen emergentes por problemas de pantalones; el cabotaje de simulacros de vedettes que se pelean por una bombacha –siempre ligera-; las que no saben hacer nada pero que por alguna razón se sostienen en el medio; las modelos de medio pelo que sirven más para gráfica o desfiles playeros que para alta costura; las figuras de trayectoria que tienen que disminuir, aunque les pese, para entrar en los dimes y diretes en una temporada teatral que se abre y que necesita querosene para avivar la hoguera; los conductores que se pelean de canal en canal; los cronistas que tienen la astucia del juego de las palabras; los que surgieron por merito propio; los que aparecieron como protuberancias de un amor y así, prosigue la lista.


Hasta ahora todas personas físicas que desembarcan en la sagrada televisión para divertir, horrorizar y mover el abanico de opciones. Incluso Ricardo Fort, llamado desde el Blog, el engrasado nocturno, se subió a la vorágine de la descompensación al encenderse la adictiva luz roja.


Es que cuando ven luz, quieren entrar. Así que "vieja pone los fideos que estamos todos".Veamos. También ocupan un lugar protagónico los miembros de mediáticos que hicieron, en aquel programa Zap conducido por Marcelo Polino, un emblema televisivo de las tardes más insospechadamente desopilantes. Se entrecruzan, con el tiempo, nuevas historias que surgen de Gran Hermano famosos, así como del ficticio armado de parentescos para salir de la opacidad y reinsertarse al ruego de los medios.


Aparecen, en el escenario de la telenovela bizarra, el Pinocho de Jacobo Winograd; la Anaconda de Carlos Nahir Menem; y la Chechona de Guido Süller.


Con identidad propia, son los verdaderos protagonistas de las escenas que van, desde el doble sentido más vulgar, hasta la realidad de ser los protagonistas de situaciones meticulosamente creadas. Forman parte de la selva mediática que evidencia no tener fronteras para el escándalo. Se los protege, se los cuida e incluso, se los acuna. Todas los quieren conocer y en las ironías del destino, muchas los quieren poseer.


“De ahí, que si buscas éxito y fama debes sentarte en el Pinocho; que con la Anaconda estoy enojado y le pego un golpe a la mesa; y vine querido que la Chechona está servida”.


Desborde. Incontinencia verbal. Gritos. Peleas. Complicidad. Mamarracho. Y nada de glamour.


Nada fue suficiente para que, por ejemplo, El Pinocho y La Chechona se sentaran a la mesa de la Señora de las Cuatro Décadas siempre vestida de suaves colores y joyas ganadas con honra.


Ni siquiera para maltratarlos, como es su estilo cuando alguien le disgusta.


Anaconda mantiene otro perfil que no deja de ser escandaloso y de estar vinculado a los excesos sexuales o “copetineros”.


De los tres, Pinocho que es el más bestial en cuanto al comportamiento y los modales. Aunque nobleza obliga, es muy patriótico al momento de elegir el Himno Nacional para inspirarse en la horizontalidad con la hermana de Chechona. Silvia Süller.


Chechona se encuentra en el medio de Anaconda y Pinocho. Como el jamón del medio. Lugar que, seguramente, no le disgusta. De la cucharita, al sandwichito.


¡Y qué lindo que la gente se quiera!


Ni tan bruto “oralmente” como Pinocho ni tan “groso” como Anaconda. Es el término medio que se vale de su ahora partener “Tomasito” para hacerle culto a la mamadera inflable con un CD que en cualquier momento estará sonando en todos los boliches, llegando a desplazar a la canción que popularizó Fort.


Y mientras Anaconda hace estragos en un reality de Chile –parece que las chilenas tienen, en la familia Menem, un no sé qué- Pinocho y Chechona cantan en el programa de la colorada y hacen trencito. Defienden su paso por Zap, critican a los descompensados que padecen el efecto Marcelo Hugo y reivindican la era de los mediáticos con desmesura, desparpajo y dándole, primacía, a una identidad que supieron construir por debajo de su ropa interior.


Así son ellos.


Creados por una televisión que no tiene desperdicio alguno y que marca un paradigma. Un momento. Un estado social que se refleja en la pantalla chica legitimada con un encendido que estalla cuando todos los “descompensados” entran en acción con su maestro de ceremonia al mando. Todo es causal en la orquesta del show. El rebaño sigue al pastor.


Representantes de una estética bizarra pero funcional a la demanda de los televidentes, son consumidos hasta por los negadores escudados en el cliché de los pruritos intelectuales.


Autor: Laura Etcharren

No hay comentarios: