LOS RESULTADOS DEL 14 de AGOSTO
Las Estrategias del Oficialismo y la Oposición
Si hasta que comenzó la veda electoral, cuarenta y ocho horas antes de los comicios del pasado 14 de agosto, el arco opositor en su conjunto había desarrollado la campaña más pobre y, por lo tanto, menos atractiva de la cual se tenga noticia entre nosotros, después de conocidos los resultados su actitud no cambió en nada.
Sus candidatos presidenciales se chocan en los pasillos, balbucean incoherencias, vocean sus rencores y terminan ladrándole a la luna.
A ninguno, por lo visto, se le ha ocurrido reflexionar seriamente acerca de las razones en virtud de las cuales Cristina Fernández los tapó de votos hace tres domingos. Porque rasgarse las vestiduras y acusar al oficialismo de haber consumado, a expensas de ellos, un fraude monumental, lo único que demuestra es su falta de ideas y de sentido autocrítico.
Es probable o, mejor aún, es seguro que las urnas fueron violentadas. No es la primera vez que algo así ocurre en la Argentina y, ciertamente, no será la última. En un país con instituciones tan poco sólidas como el nuestro, lo raro sería que hubiese una trasparencia suiza en punto almanejo de los sufragios.
El 14 se repitió cuanto viene sucediendo desde tiempo inmemorial en estas playas. El fraude no es un fenómeno novedoso pero, al mismo tiempo, nunca ha sido —al
menos desde 1983— un factor decisivo.
En una palabra, ningún Presidente ganó aquí con base en una adulteración, estafa, engaño o, como quiera llamarse, de los votos emitidos.
Que es una vergüenza, que no debería suceder, que empaña nuestra joven democracia y que pone al descubierto los atajos que todavía existen para falsear determinados datos, son todas verdades.
Pero le importan a pocos por dos razones:
1) nunca el fraude ha sido grosero, y
2) nunca ha modificado de manera substancial el resultado definitivo.
Por esto mismo, los referentes opositores que hicieron denuncias de todo tamaño y color debieron haber sopesado, antes de sumarse a tamaña cruzada, que nadie les llevaría el apunte ni en el gobierno ni en la justicia.
Ni tampoco entre sus partidarios.
En cualquier lugar donde hubiese una ciudadanía dispuesta a hacer valer sus derechos y se comprobase que se hubiera violentado la voluntad popular, ésta saldría a la calle en respaldo de sus candidatos. Aquí nada de eso ha sucedido.
Lo cual demuestra que la cuestión no le interesa a nadie, o sea, que nadie está dispuesto a batir cacerolas y generar un movimiento cívico con el propósito de que se abra una investigación.
Cabe otra hipótesis: que el 50% cosechado por el kirchnerismo haya dejado de tal manera golpeados a sus opositores que ya se han dado por vencidos.
Como quiera que sea, los gazapos del radicalismo, del peronismo disidente, del socialismo y, en parte, del mismo macrismo, no terminaron en el tema del fraude.
De pronto, sin que haya razones de peso para justificarlo, la nueva estrella del arco opositor parece ser Hermes Binner. Se entendería que así fuese si el actual gobernador de Santa Fe hubiese retenido su principal bastión electoral, además de sumar mayor número de votos que Eduardo Duhalde y Ricardo Alfonsín.
Pero el socialista no sólo perdió en su provincia sino que ocupó la 4ta. colocación entre sus pares. Que un candidato con semejante performance a cuestas hoy encandile a un sector considerable del antikirchnerismo, trasparenta la desorientación y la frivolidad de la oposición.
Entre otras razones porque cualquiera que se tome el trabajo de repasar, con un mínimo de rigor, qué leyes votaron los socialistas liderados por Binner en el Parlamento, llegará a la conclusión de que en algunas de las cuestiones emblemáticas que pasaron por las dos cámaras en estos años, su posición fue la de secundar las políticas públicas del oficialismo.
No se trata, ni mucho menos, de afilar una serie de acusaciones falsas contra el socialismo sino de mostrar las incoherencias de quienes —diciéndose opugnadores del gobierno— descubren algo que no existe. Sobre todo, es notable que uno de los más enfáticos defensores del santafecino haya sido el diputado del PRO, Federico Pinedo, quien en orden a defender causas extrañas a las ideas de su partido parece mandado a hacer.
Pocas semanas antes de la elección había firmado un proyecto de ley para declarar de interés de la cámara baja una película que hace la apología de los movimientos terroristas de los años '70.
A todo esto, es lógico que en la Casa Rosada festejen por anticipado y arbitren los medios para adueñarse, el 23 de octubre, de más de la mitad de los votos.
Superar el umbral de 50% supondría transformar la elección en un plebiscito, que es la aspiración por excelencia de Cristina Fernández.
Con la mayoría de los argentinos detrás suyo, el plan de alargar su continuidad en el poder sería algo más que papel escrito. Montada en semejante apoyo la presidente contaría con la condición necesaria para tratar de prolongar, más allá de 2015, su estadía en Balcarce 50.
La diferencia de la señora respecto de su difunto marido es que, en el caso del santacruceño, el poder de carácter hegemónico que detentó, no tenía el respaldo electoral masivo que está a punto de obtener Cristina Fernández.
Si lo expuesto no fuese suficiente para medir el grado de discrecionalidad con el cual podrá manejarse Cristina Fernández, habrá que agregarle otro fenómeno bien argentino: el gran empresariado ha comenzado a verla rubia y de ojos celestes.
Días pasados, en una de las dos principales asociaciones que nuclean a los hombres de negocios más poderosos del país, el Presidente de una empresa de automotores italianos les echaba en cara a sus pares —atribulados por el triunfo del Frente para la Victoria— el que hubiesen votado a Duhalde. Acto seguido, como no reaccionaban, les dijo: “No se preocupen, todavía hay tiempo para tender un puente con Cristina y apoyarla. Créanme que va a cambiar a partir de octubre, pero es necesario respaldarla”.
Palabras más o menos, lo cierto es que hicieron mella en quienes las escucharon. Hoy prácticamente en masa —lo cual no quiere decir en público— se han volcado a favor de la señora.
Si el modelo inaugurado en mayo del año 2003 tuviese unas componentes socialistas bien acusadas y el kirchnerismo amenazase dejar en manos de los intelectuales de Carta Abierta el dominio de la planificación económica, quizá el voto agrario y el de Barrio Norte no hubiese decantado a favor de Cristina Fernández en los porcentajes conocidos.
Pero como la víscera más sencilla es el bolsillo —cual solía repetir Perón, que de esto algo sabía— el gobierno ganó con el apoyo de mucha gente que se dio cuenta —por ahora con razón— de que el gobierno de socialista tiene poco y nada.
En cambio, se nutre de los mandamientos del capitalismo de amigos.
El famoso modelo se reduce y se resume en una forma arbitraria de forjar poder y de ejercerlo en plenitud, sin necesidad de rendirle cuentas a nadie.
Mientras tenga con qué conformarlos, Cristina Fernández podrá contar con la adhesión de Página/12 y de AEA, de Carta Abierta y de la UIA, de los sumergidos del segundo cordón del Gran Buenos Aires y de los productores agropecuarios de la Pampa húmeda, de las clases medias urbanas y de los intendentes justicialistas bonaerenses.
De momento le sobra poder, legitimidad y recursos para consolidar tamaña coalición. Hasta la próxima semana.
Fuente: Estudio Massot y Monteverde
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